Nadie en su sano juicio desearía tener un oncólogo en su vida. Pero si hay uno, al menos comuniquémonos bien con el/ella. Soy una mujer apasionada de la visión holística de la salud y la vida, y además oncóloga; sin embargo, lo mejor que aporto a mi manera de hacer oncología sale de mi consciencia como persona que quiere acompañar y cocrear aprendizaje a partir de los pesares de otros.
Os puedo hablar de cómo yo -persona- me comunico con las personas que vienen a verme. Unas tienen cáncer, otras lo han tenido, y algunas quieren hacer lo posible por no tenerlo jamás. Mi manera de comunicarme con todas ellas parte siempre del deseo de tratar a las personas como a mi me gustaría que me trataran. Aportando: Sensibilidad. Delicadeza. Escucha atenta. Presencia. Honestidad. Franqueza. Humildad. Coherencia. Verdad (ser verdadero). Empatía. Consciencia trascendental.
A veces la coherencia y la honestidad parecen estar reñidas con la delicadeza y la sensibilidad. Frecuentemente hay que desgarrar velos de ilusiones como quien despluma pollos, porque sino no puede crecer la esperanza bien enraizada. No se plantó la semilla de la aceptación, ni se regó con el coraje para seguir transitando con motivación a pesar de las dificultades: se cubrió con un manto de negación.
Sin embargo, yo prefiero un realismo positivo, partir de un punto de realidad con propósito; es decir, aceptando donde estamos, y desde allí aliarnos con soluciones y mejoras, y no ser creadores de problemas, ni ponedores de piedras en el camino de la enfermedad hacia la salud: ni quejas, ni culpas, ni boicots, ni escapismos…No más de lo necesario al menos. Y para ello, hay que entrenar la mente, y sintonizarla con el corazón.
Podemos definir la comunicación como un continuum, un flujo de acercamiento dinámico donde uno y otro tienen la oportunidad de encontrarse desde la apertura y el deseo de comprender (abrazar) al otro. Uno y otro han de mirarse y verse, sin embargo, a mi parecer quien tiene mayor responsabilidad en este encuentro es el médico.
¿Por qué? Para mí es obvio: la inteligencia emocional del oncólogo no está raptada -no debería- por el impacto negativo del proceso, ni por el sufrimiento asociado a la experiencia; él es quien tiene la información “controlable”, la técnica (estadísticas, tipos de tratamientos y efectos esperados, ciencia sobre la enfermedad). El paciente en cambio vive en un mar de incertidumbre, aunque tiene a su favor que se conoce -y si no, cuanto antes ha de empezar por conocerse. Porque sólo desde su centro de mayor sinceridad consigo mismo es desde donde podrá iniciar una comunicación sanadora: qué le inquieta realmente, a qué tiene miedo, qué espera, qué no.
El oncólogo es también quien debe comprobar que sus mensajes llegan al paciente, y que llegan de manera que puedan ser metabolizados por su sistema digestivo emocional y mental. De nada sirve un mensaje técnicamente impecable si eso impacta con tal intensidad que bloquea la comprensión de la persona y la sitúa en una mayor desconexión de ella misma y del proceso.
Comunicación es relación. Funciona igual que nuestro sistema inmunitario: nuestro sistema inmune, si existe coherencia biológica (salud), se dedica a relacionarse y relacionar células con células, sistemas con sistemas, discriminando lúcidamente moléculas propias de extrañas en aras de una buena convivencia celular. Sólo pasa a la defensa o al ataque si es necesario, y no se convierte en traidor a menos que no haya un cáncer o una enfermedad autoinmune.
Creemos un sistema inmunitario relacional óptimo: nutramos aquello que afiance la relación: confianza, presencia, escucha atenta, honestidad, empatía…etc. Si no lo hacemos así corremos el riesgo de generar “comunicación en falso”, de escondernos detrás de las palabras, de distorsionar, sentimientos, ocultar pensamientos e informaciones, hasta que se crea una distancia que se convierte en vacío doloroso para unos y desconexión para otros.
Acompañar y dejarse acompañar en un proceso de cáncer es un reto para todos: el médico, la enfermera, el cuidador, los hijos, el paciente. Todos sin excepción. Somos una cultura donde la comunicación saludable y consciente -con presencia y coherencia (lo que pienso, siento, digo y hago están alineados) – es una rareza. Por ello, no me cansaré de decir que es importante y urgente una formación práctica al respecto.
Mientras tanto, yo me inspiro en lo que nos enseña la propia humanidad compasiva, y me reflejo en este texto de un amigo:
“Puedes contar conmigo, yo no soy un mago ni soy un genio pero estoy dispuesto a acompañarte, estoy dispuesto a escucharte, estoy dispuesto a participar contigo en esa aventura de la consciencia llamada enfermedad”.
Artículo redactado y validado por:
Dra. Natàlia Eres
Oncóloga Médica del área de Ecomedicina y Oncología holística. Directora del Instituto Imohe.
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