Se define como cáncer genitourinario cualquier tumor maligno que tenga afección tanto en el aparato reproductor masculino como en el aparato urinario de ambos sexos. A parte del cáncer de próstata, otros ejemplos más frecuentes son el cáncer de riñón, de vejiga y de testículo. Otros menos frecuentes son de uretra, de glándula suprarrenal y el cáncer de pene.
El cáncer de riñón se origina normalmente por aparición de células malignas en el revestimiento de los túbulos del riñón o corteza renal. Y aunque tiene mayor afectación en hombres que en mujeres, es responsable de un 2-3% de todos los tumores malignos en edad adulta.
Por otro lado, el cáncer que comienza en la pelvis renal y más concretamente en el órgano que recoge y drena la orina hacia la uretra es el cáncer de vejiga. El cual ocupa la novena posición en incidencia a nivel global dentro de los tumores malignos en adultos.
El cáncer de testículo surge mayoritariamente del crecimiento excesivo y no controlado de las células germinales que se ubican en los testículos y que en condiciones normales dan lugar a los espermatozoides bajo los efectos de las hormonas masculinas.
Actualmente, se desconoce la causa exacta por la que se producen los cánceres genitourinarios, siendo éstos la mayoría de origen desconocido y esporádicos. Pero existen factores de riesgo en común para todos los tipos de tumores en el aparato genitourinario como es el tabaco, ya que a través de la orina se expulsan más de 60 productos carcinógenos que contienen los cigarrillos afectando así a las células de la pared de nuestra vía urinaria.
Aunque no están claros los componentes hereditarios, la reiterada incidencia en círculos familiares de una pequeña proporción de la población sugiere que puede haber una relación genética que esté desencadenando la aparición de células cancerosas. Concretamente, se estima que alrededor del 5% de los casos en cáncer renal y entre el 1% y el 3% en cáncer de testículo tienen historia familiar.
Otros factores de riesgo pueden ser la presencia de otras patologías como la enfermedad quística renal adquirida en pacientes sometidos a diálisis crónica (cáncer renal), infección por virus del papiloma humano (cáncer de vejiga) y la criptorquidia (cáncer testicular).
los diferentes tipos de cáncer genitourinario se caracterizan por síntomas iniciales tales como:
En estadios avanzados los síntomas pueden variar dependiendo de la localización de la metástasis, siendo los huesos, los pulmones y el cerebro los órganos con mayor frecuencia metastásica.
Cuando existe sospecha de cáncer genitourinario tras la exploración física del paciente, donde se recoge cualquier signo de la enfermedad, y la valoración del historial familiar se suele iniciar el diagnóstico con una analítica de sangre y otra de orina.
Las pruebas de imagen más usadas para el diagnóstico son la ecografía, la Tomografía axial computarizada (TAC) y la Resonancia nuclear magnética (RMN). Ocasionalmente se puede valorar los restos tumorales tras el tratamiento con la Tomografía por emisión de positrones (PET). Y en el caso de sospecha de la existencia de metástasis óseas, se suele confirmar mediante la Gammagrafía ósea.
Otras pruebas más específicas son la arteriografía renal y la pielografía intravenosa, para el cáncer renal, o la cistoscopia y la resección transuretral, en el cáncer de vejiga.
Por último, para determinar la presencia de células tumorales o, incluso, el subtipo de carcinoma puede ser necesario la intervención de una biopsia o punción-aspiración con aguja fina (PAAF), en la cual se extraen células o tejido para la revisión o confirmación de un patólogo.
El tratamiento que recibirán los pacientes con cáncer de tipo genitourinario dependerá principalmente de la localización del tumor, el estadio y el estado general del paciente.
En el caso de tratarse de un cáncer localizado, el tratamiento puede incluir la cirugía total o parcial del órgano afectado, radioterapia complementaria o paliativa de los síntomas y tratamiento sistémico complementario para garantizar la eliminación de todas las células cancerosas.
Hay que tener en cuenta que, tras la cirugía, los pacientes padecerán secuelas tales como la infertilidad (cáncer de testículo) o la necesidad de alternativas para la recogida de orina como la ureterostomía o la creación de una neovejiga (cáncer de vejiga).
Cuando las células tumorales se encuentran expandidas en otros órganos o la cirugía no es viable debido al tamaño del tumor, se puede incluir tratamientos sistémicos como la quimioterapia u otras alternativas bajo investigación, como son inmunoterapia o las terapias dirigidas en el caso de conocer biomarcadores sobreexpresados en las células tumorales.
Las tasas de supervivencia a los 5 años dependerán significativamente del estadio en que se encuentre el tumor en el momento del diagnóstico, siendo decisivo la extensión del tumor y el grado de invasión.
Alrededor del 67% de los pacientes reciben el diagnóstico cuando el cáncer se encuentra localizado sólo en el riñón, y suelen tener una tasa de supervivencia a 5 años del 93%. Esta probabilidad desciende al 70% cuando la afectación incluye tejidos circundantes o ganglios linfáticos y al 13% con la enfermedad ya está diseminada a una parte distante del cuerpo.
En el cáncer de vejiga, la tasa de supervivencia a 5 años oscila entre un 96% cuando sólo hay afectación de la capa interior de la pared de la vejiga (50% de los pacientes aproximadamente), 69% cuando el tumor se localiza únicamente en la vejiga, 37% cuando hay afectación de tejidos circundantes y ganglios linfático y 6% cuando han aparecido metástasis distantes.
En cambio, en el cáncer testicular la tasa de supervivencia a 5 años es más favorable, la cual ronda entre el 96% en estadios tempranos y un 73% para enfermedad metastásica.
Durante este período, es crucial la continuidad con las revisiones periódicas mediante pruebas de imagen como las utilizadas durante el diagnóstico (TAC, RMN, PET, ecografía), seguimiento de los niveles de marcadores tumorales y, en el caso del cáncer de vejiga, la cistoscopia.
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